lunes, 21 de septiembre de 2015

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: Imitadores

Imitadores
Por José Gil
Me dirigía al taller para hacer revisar mi camioneta que, nuevamente, tenía uno de esos ruidos que anunciaban que la falla, fuese cual fuese, urgía reparar, bien porque el ruido evidenciaba un daño severo o porque rebasaba la paciencia de mis oídos. Llegaba al cruce de dos calles de tráfico fluido y me detuve por la luz roja del semáforo. Miré por el retrovisor que dos motorizados se acercaban y se disponían a pasar por el espacio que quedaba entre mi vehículo y la acera. Cuando ya estaban bien cerca vi que llevaban uniforme de policías, lo que, hasta cierto punto, relajó la alarma de seguridad en mi cerebro. En una ciudad como Maracaibo estar atento es mandatorio, incluso de uniformes. Redujeron la velocidad y conversaban. Ocurrió algo que motiva, en parte, a escribirte hoy. Uno de los uniformados, pocos metros delante de mí, se pasó la luz roja sin sonar alarma o encender alguna luz distintiva que justificara la infracción. Flagrantemente, el uniformado para hacer cumplir la ley violaba una norma básica, en sitio concurrido, hora diurna, a plena vista. ¿Qué ocurrió luego? El otro patrullero le siguió en su infracción, réplica instantánea de un acto que, si bien puede ser visto como insignificante, anuncia que la suma de muchas “pequeñas” vilezas evidencia una sociedad envilecida. Seguí mi recorrido y recordé una investigación que había leído sobre las llamadas “células espejo”, generadas en y por nuestro cerebro, causantes de nuestra capacidad para reproducir acciones y emociones. Esas microscópicas amigas nos hacen llorar cuando vemos a alguien llora, reír o hasta caminar de cierta manera observada. Ser testigo de aquella conducta y nuestra capacidad para imitar acciones y emociones me ha hecho considerar: ¿A quién imito? ¿A quién trato de emular con mis acciones? Vi recientemente a una comunicadora pateando a un par de inmigrantes que, huyendo de la guerra en Siria trataban, frenéticamente, de entrar a Europa. La explicación de la avergonzada reportera fue que “por el caos del entorno reaccionó de forma equivocada”. Los expertos nos dicen que imitar es una forma primaria e instintiva de aprender, imitamos desde niños, luego le sumamos nuestro carácter y criterio, con lo que vamos forjando una conducta, un comportamiento personal que llega a ser colectivo. El problema surge cuando nuestro entorno está plagado de malos ejemplos, pues la conducta puede copiarse con la misma eficacia que las redes sociales comparten fotos o videos que se hacen “virales”. Risible tragicomedia del siglo XXI la llamada rebeldía en la que tantos reclaman su derecho a ser “ellos mismos” sin imitar “viejos” patrones, pero suelen terminar creando “nuevos” patrones que otros imitan rápidamente. Una corriente social de no alineados a la moda vieja, que, imitándose entre sí, crean una moda nueva. Prescindimos del objeto de imitación, pero conservamos la práctica de imitar. Tenemos un desafío como individuos y colectivo: procurar valores y conductas de un estilo de vida más elevado. ¿Dónde se pueden hallar esos valores? La mejor respuesta: en ti, en mí. Cuando la degradación parece inundar lo colectivo solemos esperar que “del cielo” venga un rescate, o miramos a los lados buscando a otro que imponga orden. La historia ha mostrado que tal espera es un grave error. En realidad, el primer paso es detener mi tendencia personal, instintiva, de imitar sin pensar, de imitar conductas que me degradan, dar el primer paso comienza con mi propia vida, mi convicción, mi deseo de que la bondad se extienda. Luego podré esperar que otros imiten y eso no es algo que se impone. La bondad no se impone o sería una vileza disfrazada. Con demasiada facilidad caemos presa de imitar lo que la mayoría haga y eso suele ser causa que nos degrada. Me gusta pensar que la Divinidad ha puesto en nosotros elementos físicos y emocionales para ser consecuentes unos a otros, para la solidaridad, para nutrir un sentido de afecto colectivo que nos permita respetarnos en acuerdos y desacuerdos. El peligro es que descuidamos la nutrición de nuestra mente con valores y principios de altura, y una persona, familia o sociedad con mente desnutrida será presa fácil de la violencia y los miedos. Fuimos diseñados para la grandeza, pero si descuidamos nuestros valores intelecto-espirituales terminamos degradados a un nivel sub-animal. Deseo terminar estas líneas con el eco de aquel llamado desde mi ser interior ¿A quién imito? ¿Quién goza de la confianza, respeto o admiración como para imitarle? Pregunta que exige una respuesta personalísima. Cierto hombre envió una carta a sus amigos en la que incluyó una frase que luce, al menos para mí, como una excelente respuesta “sean imitadores de mí en la medida que yo lo soy de Jesús”. No se refería al utilizado por mercaderías religiosas sino al Jesús que modeló una vida de altura espiritual en armonía con Dios, consigo mismo y sus semejantes, para que por su ejemplo, nosotros también, alcancemos la altura para la que fuimos diseñados. El reloj de la historia parece estar sonando su alarma, llamando a mantener encendida la luz de la bondad. No pocos consideran que vivimos la antesala a eventos tormentosos a escala mundial, que incitaran a miedo, odio y violencia…entonces percibo la voz de la vida en su desafío ¿Imitarás el caos de lo degradado o mostrarás la luz que ha sido puesta en ti? Feliz día. 

lunes, 7 de septiembre de 2015

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: Aplaudiendo al chef

Aplaudiendo al chef
Por José Gil
Por segundo día cenaba en aquel restaurant, complacido por una atención cálida y profesional que, gustosamente, quise volver a disfrutar. Un ambiente sencillo, amplio e iluminado, sin estridencia alguna. Podía escuchar a otros comensales, agradado de lo que parecía un acuerdo para que cada conversación quedara limitada a cada mesa. Como tantas cosas de la vida, la discordante excepción, una mesa a mi izquierda, desde la que se oiría el golpe dado por el hombre a la madera, produciéndose un ruido como si los vasos y platos se fuesen a romper. Un silencio, miradas de sorpresa y asombro, la mujer se levantaría e iría. Unos pocos segundos y de vuelta a disfrutar del ambiente, centrado en degustar comida y atención. Debe haber transcurrido poco menos de una hora cuando, de repente, se escuchó el encendido de un sistema de sonido y alguien se dirigió a los presentes para hacer un anuncio. El personal de la cocina había sido invitado a salir de su sitio de trabajo y presentarse a los clientes, lo que generó espontáneos y nutridos aplausos. Fue la confirmación que se había disfrutado comida y servicio, un trabajo bien hecho. Quien parecía el jefe de personal mencionó el nombre y país de origen de cada uno de los empleados, todos y cada uno aplaudidos. Al mencionar al chef principal…los aplausos fueron más audibles y una que otra voz eufórica lanzó elogios. Fue la primera vez que presenciaba algo así: aplaudir al chef. Como si el flash de una cámara en la noche iluminara mis pensamientos aquella vivencia me hizo pensar en quienes desde un lugar no siempre visible se esmeran en ofrecer lo mejor para servir a otros que puede ni lleguen a conocer personalmente. Pensé en los muy pocos platos que puedo preparar y mi reducida destreza para sazonarlos, así que con más ganas aplaudí. Más tarde, ya en la cama, pensaría en el trabajo de aquellas personas, en que disfrutamos su trabajo aunque rara vez conozcamos su rostro o nombre, y que sea algo inusual que pasen al frente para ser aplaudidos. El minucioso y privado trabajo de una buena cocina me hizo considerar algunos aspectos de la vida misma, que hoy me llevan a escribirte. Es un hecho en nuestra llamada sociedad moderna que tantos busquen fama o fortuna solo por el placer mismo de ser reconocidos o envidiados y; al otro extremo, el trabajo esmerado, honesto y discreto de tantos que no siempre es apreciado justamente. El ambiente de aquel restaurant disponía buena luz, sonido y una limpia mantelería; pero fue la comida la principal razón que nos congregó. Seguramente hubo esmero de quienes pusieron manteles y revisaron lámparas, pero si la comida era mala - como pasa a veces en la vida- todo habría sido inútil decoración. Entre tanto, chef y colaboradores, cuyo servicio marca diferencia entre un comensal feliz o alguien enfermo del estómago, trabajaban en lo discreto de la cocina. Traté de imaginar su emoción al ser puestos al frente para ser aplaudidos por quienes, si bien estaban pagando, agradecían lo que consideraron un trabajo bien realizado. ¿Me gustaría ser aplaudido? ¿Reconocido? En un sistema de valores que aplaude al más ágil, fuerte, rico, rápido o inteligente ¿Busco fama sin considerar mi esfuerzo o doy lo mejor de mí y dejo que la vida fluya el resultado que corresponda? ¿Entiendo que el reconocimiento que vale la pena es el que resulta de hacer las cosas bien en “la cocina” de la vida? Una desmedida ambición empuja hacia fama sin esfuerzo, preparación ni dedicación; lo que es semejante a servir platos sin aprecio por quien espera degustarlos. En ese punto de mis pensamientos vino lo que considero preguntas claves para mi vida ¿Cuál es mi motivación, quien es el chef y quien el comensal que espero deguste lo que sale de la cocina de mi vida? Alguien escribió a sus amigos lo que considero la mejor respuesta: “todo lo que hagan, háganlo con entusiasmo y dedicación, como si lo hicieran para servir a Dios y no solo a las personas”. Visto así hay debería haber una  actitud de grandeza en cuanto hagamos. Existen quienes ponen empeño y entusiasmo, los excavadores que han aprendido el hermoso arte de extraer los tesoros que la vida puso en su alma. Una persona, una familia, una empresa, una nación, es aplaudida en la medida que quienes la integran sazonan con entusiasmo lo que hacen para servir a otros. Esto es válido en el nivel material de las cosas y, aún más, en lo intelecto-espiritual. Exquisito el aplauso de almas agradecidas. Te invito en este momento a hacer un ejercicio mental: imagina que te encuentras en un lugar discreto, iluminado, sin estridencia alguna, en el que se encuentran almas agradecidas por tu servicio dado a ellas. Entre los presentes hay algunos que se regocijan por “algo especial” que serviste. Entonces, oyes una voz amiga por el sistema de sonido “aquí tienen a (tu nombre), de Venezuela, su servicio fue cortar vegetales y aderezar ensaladas…es un amado colaborador...amigo del cielo”. ¿Lo puedes imaginar? ¿Te emociona? A mí me emociona, atesoro esa esperanza más que todo el dinero del mundo. Veo a Jesús como el chef principal de la cocina de mi vida, veo almas cuyos caminos cruzan el mío como los comensales enviados para que les sirva, y a Dios como el jefe del personal. Pon lo mejor de ti en todo cuanto haces, comparte. Los aplausos llegarán en su tiempo. Has sido dotado para que prepares un platillo especial. Algunos en tu entorno pueden ni darse cuenta del amor invertido en cuanto haces, otros estarán conversando sus negocios y planes para la fama, puede que haya quien se levante y aleje, luego de golpear la mesa de su amargura…de todos modos esmérate en lo que haces, sirve como a quien sirve a Dios. Hay almas que agradecerán por tu vida con un sensible aplauso, incluido Dios. Nos vemos en la cocina. Feliz día.