Triunfando
Por José Gil
Me detuve un momento al lado de aquel monumento del siglo XVI, testigo de tiempos y vivencias que hoy rondan entre memorias, mitos y leyendas. La tranquilidad de una mañana de domingo me permitió congelar, momentáneamente, mi entorno. Unos pocos transeúntes, abrigados a pesar del generoso sol, gaviotas evocando con su gemido la cercanía del mar, una brisa fría desde el Este, y el sonido de autos y transporte propios de este tranquilo septentrional pueblo de Europa. Aquella combinación de colores, sonidos y frio soleado sugirieron una palabra a mis pensamientos: éxito. Disfrutar, circunstancialmente, de la seguridad y el extraño encanto de esta región del llamado “primer mundo” es la meta de tantos colegas, paisanos y desconocidos, quienes ante las precarias condiciones en su tierra natal zarpan a otras latitudes en búsqueda de mejores oportunidades de éxito. ¿Cómo culparles? Están en su exploración, su búsqueda. Mientras caminaba meditaba en lo evasivo, momentáneo, peligrosamente adictivo y, por mucho que nos esmeremos, pasajero que suele ser el éxito. En el deporte, el campeón de esta temporada es una estadística en la próxima. En los negocios, las empresas “exitosas” de una década pueden quebrar en un día por un cambio en la economía. Incluso en las religiones, grandes y concurridos templos de ayer son viejos muros visitados apenas por pocos peregrinos. Aun así, la sociedad enfatiza el éxito, bien a través de “tener más” o recompensando un “buen desempeño”. Con razón nos dirigimos, a alta velocidad, hacia un muro de concreto en un callejón sin salida; el éxito nos ha distraído del diseño original puesto en nuestro ser interior: Victoria. Una vida triunfadora, victoriosa es muy distinta y superior al frenéticamente buscado éxito. ¿La diferencia? Mientras el éxito mide el esfuerzo puesto en alcanzar una posición reconocible, victoria implica una actitud de entusiasmo y plenitud para elevar nuestro ser interior. El primero es pasajero, la segunda permanece. ¿Te has preguntado la causa por la que tantos que alcanzan el éxito terminan su vida inesperada y solitariamente? En su afán entregaron la plenitud de vida para un éxito aparente, reconocido desde fuera, dejando en segundo plano, o abandonando, que el mayor triunfo es la satisfacción del espíritu. La cumbre del Everest de la fama, fortuna y poder suelen ondear banderas solitarias que nunca calmaron la sed de quienes entregaron todo para encontrarse solos en la cima. Seguí caminando, y más adelante vi a un hombre que, estimo, está en sus tempranos 50, tocando y cantando en una calle del centro. Al parecer fue un músico exitoso, a quien adicciones y miedos le llevaron a la quiebra, no solo material. ¿Sabes? Canta y toca la guitarra muy bien, ahora en la calle, recibiendo dadivas. Puede que ahora sea más rico que antes, al menos eso espero. Hay una leyenda en la que Hades, tras perder su poder perverso dice a Perseo “puede que ahora, sin poderes, llegue a ser más fuerte”. El éxito, en sus expresiones de poder, fama o fortuna, es evasivo, efímero, para quienes lo buscan como meta o destino. En cambio, victoria es otra cosa, es un alma impregnada de la voluntad para disfrutar el recorrido de la vida, incluso cuando el camino es empinado y la única recompensa anhelada es vivir armónicamente lo que nuestro ser interior pide, silenciosamente, a gritos. Es vivir conectado a la fuente de la que brota el entusiasmo y agradecimiento. Me parece hay tantas almas cuyo llamado interior es ser pintores, escritores, maestros de escuela, sembradores, exploradores, traductores, consejeros juveniles, pero cambian una vida plena y victoriosa para buscar el éxito social. No quiero aburrirte así que te comparto un último pensamiento en estas líneas. Viene a mi mente un hombre de baja estatura, al parecer calvo, posiblemente divorciado o viudo, quien estando en una de sus varias prisiones envió cartas a algunos amigos. Dos frases resaltan de sus escritos “todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” y la otra “gracias a Dios que nos da la victoria”. ¿Ves la diferencia? Este es un hombre victorioso. Estaba viviendo el horror de la prisión, pero no estaba horrorizado. La miopía de su tiempo vio a Saulo como otro perdedor, pero en los anales de la historia…que gran ejemplo de victoria. Pienso en Mandela en Robben, citando a Henley “doy gracias al Dios que fuere por mi alma inconquistable…Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Oh sí, hay una gran diferencia entre el adictivo aroma del éxito y el compromiso de un alma con la grandeza que lleva a una vida de victoria. En esta mañana, que ya es tarde, doy gracias a la vida por mostrarme el camino para vivir en la victoria para la cual fui diseñado, manteniéndome en las alturas de la vida, conectado con Dios. Es mi deseo que tú, también, vivas en victoria. Feliz día.