El cuidador del oasis
Por José Gil
Recién pasaba del mediodía, la temperatura besaba los 40 grados centígrados, para aquella hora esperaba haber avanzado más en el recorrido, pero habiendo aprendido que la mejor forma de viajar es sin prisas, tomando pausas que mente o cuerpo pidan, me detuve sin gruñir la necesidad de ir al baño. Mientras llenaba el tanque de combustible, pregunté al empleado si había baño: “si, adentro en la oficina”. Debe haber notado en mi rostro la duda para entrar al concurrido y reducido espacio, así que agregó: “puede usar el de atrás, el viejo”. Con algo de humor le di las gracias y comenté “no hay problema, los hombres hacemos de pie” y mientras ambos reímos me dirigí a la parte trasera de la estación de gasolina. Estacioné mi camioneta a la derecha de la puerta del baño, dejando una distancia prudente con un enorme camión estacionado al frente. Al acercarme a la puerta observé a un hombre sentado en un murito, pensé que sería el conductor del camión o quizás esperaba a alguien. Bocanadas de aire limpio antes de entrar al lugar, preparándome para la precariedad de higiene que suele sufrirse en estos lugares en carretera. Sorpresa! pues encontré un baño impecablemente limpio a pesar de su clara antigüedad. Puse poca atención a un familiar sonido de fondo pues pensaba pasar solo unos pocos segundos antes de seguir mi ruta. Me disponía a lavar mis manos cuando noté que el hombre visto afuera ahora estaba de pie en la puerta. Aseado, erguido, de aspecto apacible. Se inició un dialogo en el que, una vez más, lo invisible produjo un encuentro de almas que transitan el sendero de la vida en búsqueda de respuestas, y que motiva el que te escriba estas líneas de hoy. Le pregunté si era quien limpiaba aquel lugar y respondió “si, y mantengo las duchas”. Inmediatamente me di cuenta la causa del sonido de fondo del lugar…habían tres puertas con la inscripción “DUCHAS”, y una de ellas estaba siendo utilizada, por quien inferí era el chofer del enorme camión. Espontáneamente dije al cuidador “usted tiene un oasis aquí, le felicito por lo que hace”, manteniendo limpio aquel sitio en una calurosa carretera, donde el viajero pueda tomar una pausa para refrescar su andar. Percibí humildad al decirme “no crea señor, el agua sale muy caliente a veces y no sé qué tanto se puedan refrescar”. Igual es agua limpia, le dije; y de seguro los conductores de largas distancias la aprecian. Mientras caminaba de salida le pedí que me siguiera, quería regalarle algo. Las propinas representan el ingreso para la vida de quienes proveen este noble servicio y aquel hombre estaba haciendo un buen trabajo en un sitio que, seguramente, la mayoría preferiríamos visitar solo cuando el cuerpo no pueda esperar. Yo había sacado algo de efectivo de un cajero automático y aun tenia los billetes juntos, de modo que –discretamente- tome uno y lo extendí a aquel cuidador de oasis de carretera. Agradeció, lo recibió y se alejaba cuando noté que miraba el billete en sus manos y se volvió hacia mí. Me hizo una pregunta para la que no estaba preparado: “Disculpe señor, pero ¿Es usted un místico?”. Debe haber notado la sorpresa en mi rostro pues de inmediato explicó el motivo de su pregunta. El billete que le di tenía una numeración terminada en su año de nacimiento, y él estaba de cumpleaños, me dijo que llevaba varios años trabajando allí, compartió su nombre completo, y de inmediato sacaría su cedula de identidad, mostrándomela, supongo que para dar veracidad a sus palabras. Le dije mi nombre completo, sonrió y dijo “tenemos el mismo nombre señor, un buen nombre”. Sus ojos se humedecieron al decirme que un sobrino había ido a verle, viajando desde una lejana ciudad, para felicitarle y decirle “su familia le ama tío, no se sienta solo, lo esperamos”…en ese momento de su historia supe, de alguna forma, que no había sido casual mi salida tardía, mi repentina necesidad física, que usualmente yo habría preferido usar el baño de la oficina, las palabras de aquella anciana amiga un día antes al referirse a “la presencia Divina y propósito para compartir lo espiritual” de mi existencia. En milisegundos supe que lo invisible me había invitado a estar allí a esa hora, para compartir de lo mucho que me ha dado y para confirmar su grata compañía. Mi entrada a aquel sitio fue oportunidad para decirle a un caminante de la vida, uno solitario que creía haber sido olvidado, con toda la convicción de lo que soy capaz, lo que la vida me ha ensenado…y me escuché diciéndole “amigo José, nunca estamos solos, siempre estamos en compañía de lo Divino, incluso en este sitio donde has estado apartado…Dios te anda buscando”. Una pausa, un silencio, dos hombres mostraron discreta emotividad, propia de momentos cuanto lo infinito evidencia su contacto en forma palpable. Mi alma agradeció haber sido bendecido con la humildad y servicio prestado por el cuidador de un oasis de calurosa carretera; la emoción de haber sido, en alguna forma, colaborador de su propia búsqueda del camino a casa; y la afirmación que la bondad se origina en lo invisible de la vida y aguarda, pacientemente, que permitamos ser un medio para materializar acciones y afectos visibles a nuestros ojos y la de nuestros semejantes. Fue escrito que “lo que se ve fue hecho a partir de lo que no se ve”. Quiero despedirme recordándote que en el andar de la vida, nuestras almas, lo mismo que nuestros cuerpos, suelen necesitar un lugar para refrescarse; que existen quienes se dedican a tener buen cuidado de que podamos disfrutar ese refrigerio espiritual y, en especial, que también nosotros podemos ser portadores de un mensaje Divino a los que, por causas de su propio andar, pueden haber llegado a sentir que estaban abandonados…recuérdalo, recuérdales, que no lo están, lo Divino nos busca. Feliz día.