Aplaudiendo al chef
Por José Gil
Por segundo día cenaba en aquel restaurant, complacido por una atención cálida y profesional que, gustosamente, quise volver a disfrutar. Un ambiente sencillo, amplio e iluminado, sin estridencia alguna. Podía escuchar a otros comensales, agradado de lo que parecía un acuerdo para que cada conversación quedara limitada a cada mesa. Como tantas cosas de la vida, la discordante excepción, una mesa a mi izquierda, desde la que se oiría el golpe dado por el hombre a la madera, produciéndose un ruido como si los vasos y platos se fuesen a romper. Un silencio, miradas de sorpresa y asombro, la mujer se levantaría e iría. Unos pocos segundos y de vuelta a disfrutar del ambiente, centrado en degustar comida y atención. Debe haber transcurrido poco menos de una hora cuando, de repente, se escuchó el encendido de un sistema de sonido y alguien se dirigió a los presentes para hacer un anuncio. El personal de la cocina había sido invitado a salir de su sitio de trabajo y presentarse a los clientes, lo que generó espontáneos y nutridos aplausos. Fue la confirmación que se había disfrutado comida y servicio, un trabajo bien hecho. Quien parecía el jefe de personal mencionó el nombre y país de origen de cada uno de los empleados, todos y cada uno aplaudidos. Al mencionar al chef principal…los aplausos fueron más audibles y una que otra voz eufórica lanzó elogios. Fue la primera vez que presenciaba algo así: aplaudir al chef. Como si el flash de una cámara en la noche iluminara mis pensamientos aquella vivencia me hizo pensar en quienes desde un lugar no siempre visible se esmeran en ofrecer lo mejor para servir a otros que puede ni lleguen a conocer personalmente. Pensé en los muy pocos platos que puedo preparar y mi reducida destreza para sazonarlos, así que con más ganas aplaudí. Más tarde, ya en la cama, pensaría en el trabajo de aquellas personas, en que disfrutamos su trabajo aunque rara vez conozcamos su rostro o nombre, y que sea algo inusual que pasen al frente para ser aplaudidos. El minucioso y privado trabajo de una buena cocina me hizo considerar algunos aspectos de la vida misma, que hoy me llevan a escribirte. Es un hecho en nuestra llamada sociedad moderna que tantos busquen fama o fortuna solo por el placer mismo de ser reconocidos o envidiados y; al otro extremo, el trabajo esmerado, honesto y discreto de tantos que no siempre es apreciado justamente. El ambiente de aquel restaurant disponía buena luz, sonido y una limpia mantelería; pero fue la comida la principal razón que nos congregó. Seguramente hubo esmero de quienes pusieron manteles y revisaron lámparas, pero si la comida era mala - como pasa a veces en la vida- todo habría sido inútil decoración. Entre tanto, chef y colaboradores, cuyo servicio marca diferencia entre un comensal feliz o alguien enfermo del estómago, trabajaban en lo discreto de la cocina. Traté de imaginar su emoción al ser puestos al frente para ser aplaudidos por quienes, si bien estaban pagando, agradecían lo que consideraron un trabajo bien realizado. ¿Me gustaría ser aplaudido? ¿Reconocido? En un sistema de valores que aplaude al más ágil, fuerte, rico, rápido o inteligente ¿Busco fama sin considerar mi esfuerzo o doy lo mejor de mí y dejo que la vida fluya el resultado que corresponda? ¿Entiendo que el reconocimiento que vale la pena es el que resulta de hacer las cosas bien en “la cocina” de la vida? Una desmedida ambición empuja hacia fama sin esfuerzo, preparación ni dedicación; lo que es semejante a servir platos sin aprecio por quien espera degustarlos. En ese punto de mis pensamientos vino lo que considero preguntas claves para mi vida ¿Cuál es mi motivación, quien es el chef y quien el comensal que espero deguste lo que sale de la cocina de mi vida? Alguien escribió a sus amigos lo que considero la mejor respuesta: “todo lo que hagan, háganlo con entusiasmo y dedicación, como si lo hicieran para servir a Dios y no solo a las personas”. Visto así hay debería haber una actitud de grandeza en cuanto hagamos. Existen quienes ponen empeño y entusiasmo, los excavadores que han aprendido el hermoso arte de extraer los tesoros que la vida puso en su alma. Una persona, una familia, una empresa, una nación, es aplaudida en la medida que quienes la integran sazonan con entusiasmo lo que hacen para servir a otros. Esto es válido en el nivel material de las cosas y, aún más, en lo intelecto-espiritual. Exquisito el aplauso de almas agradecidas. Te invito en este momento a hacer un ejercicio mental: imagina que te encuentras en un lugar discreto, iluminado, sin estridencia alguna, en el que se encuentran almas agradecidas por tu servicio dado a ellas. Entre los presentes hay algunos que se regocijan por “algo especial” que serviste. Entonces, oyes una voz amiga por el sistema de sonido “aquí tienen a (tu nombre), de Venezuela, su servicio fue cortar vegetales y aderezar ensaladas…es un amado colaborador...amigo del cielo”. ¿Lo puedes imaginar? ¿Te emociona? A mí me emociona, atesoro esa esperanza más que todo el dinero del mundo. Veo a Jesús como el chef principal de la cocina de mi vida, veo almas cuyos caminos cruzan el mío como los comensales enviados para que les sirva, y a Dios como el jefe del personal. Pon lo mejor de ti en todo cuanto haces, comparte. Los aplausos llegarán en su tiempo. Has sido dotado para que prepares un platillo especial. Algunos en tu entorno pueden ni darse cuenta del amor invertido en cuanto haces, otros estarán conversando sus negocios y planes para la fama, puede que haya quien se levante y aleje, luego de golpear la mesa de su amargura…de todos modos esmérate en lo que haces, sirve como a quien sirve a Dios. Hay almas que agradecerán por tu vida con un sensible aplauso, incluido Dios. Nos vemos en la cocina. Feliz día.
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