jueves, 25 de febrero de 2016

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: La Torre

La torre

Por José Gil

Por primera vez me encontraba en aquella ciudad, cuyo ambiente otoñal invitaba a visitar sitios y monumentos históricos, testigos y memorias de algunas de las contradictorias acciones de nuestra especie en este periplo llamado historia. Visitar Berlín era una vivencia fascinante, aunque apenas unas horas después de haber aterrizado ocurrió el atentado terrorista en Paris, en el que 130 personas fueron asesinadas, poniendo en alerta a la ciudad en la que el despliegue policial era notorio. Las circunstancias obligaban incluso a portar mi pasaporte en todo momento. Decidí ir a conocer la ciudad, empezando por la famosa torre de Berlín, la Fernsehturm o torre de telecomunicaciones, un icono berlinés, cuya altura supera los 360 metros, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad. Siguiendo la dirección de un folleto turístico tomé el tren hasta la estación Alexanderplatz, desde la cual la torre debería quedar muy cerca. Era un día soleado, inusual para la estación, por lo que esperaba disfrutar del paseo sin paraguas ni abrigo. Caminé unos minutos, distraído por el tráfico y la nutrida afluencia peatonal. Al cabo de unos minutos decidí preguntar a una dama que pasaba a mi lado. ¿Dónde está la torre? Con notoria risa ella repitió mi pregunta ¿La torre? La tiene aquí al lado, “mire hacia arriba”. Comencé a reír, parte por lo embarazoso del momento y parte por imaginar lo que algunos amigos y parientes dirían cuando les contara el episodio. Allí estaba una torre de 368 metros de altura, punto visible desde cualquier sitio de Berlín…y yo no lo había visto. Alguien podría perderse buscando un tramo de algún paseo en bote, los tres puntos de control de pasaportes de la guerra fría o hasta confundirse por los tramos del muro que dividió la ciudad en Este y Oeste. Pero ¿no ver la torre? Se requería estar muy perdido o sufrir de alguna limitación para levantar la mirada. Se vale reír de quien te escribe, disfruta este momento y puedes hasta recordármelo  en nuestro próximo encuentro: José, el único turista en Berlín que no veía la torre. Efectivamente, la sola vista desde el mirador al tope de la torre ofrece una perspectiva educativa y hermosa, que por cierto permite un mejor disfrute al momento de visitar alguno de sus monumentos históricos. Haber visto las cosas desde las alturas pareciera dejarte disfrutar mejor cuando llegas a ellas. Ahora bien, hoy te escribo para compartir algo más que esa una visita turística, decirte algo trascendente que aprendí: algunas veces una limitada visión en la vida nos hace perder alturas que están a nuestra disposición. Con demasiada frecuencia estamos tan absortos en lo que ocurre alrededor que una especie de amnesia o discapacidad intelecto-espiritual impide elevar nuestra perspectiva de las circunstancias, aspiraciones, sueños. Con demasiada facilidad la afluencia de entendidas responsabilidades, compromisos o tareas limitan nuestra aspiración a mirar las cosas desde una posición que eleve nuestra vida. No se trata de desconocer realidades, los millones de migrantes desde Africa y Suramérica hacia Europa y Estados Unidos, los más de 1000 millones de toneladas de alimento que se pierden cada año en el planeta (mientras 19000 niños mueren de inanición cada día), la corrupción que abarca desde gobernantes hasta directores deportivos, el incremento de la violencia armada y el cambio climático; son ya suficiente como para sugerir que la sociedad se encuentra en la sala de espera frente a una puerta con un cartel que dice “Crisis apocalíptica”. Por otro lado, ya muchos tienen suficiente presión con su problema de empleo, la dificultad para encontrar medicinas, pagar deudas o lidiar con problemas familiares o de soledad. Ante semejante lista de cosas ocurriendo en nuestras narices -o del otro lado de la calle- luce natural que haya más de algún distraído preguntando ¿Dónde queda la torre? No una física para disfrutar la vista, sino una espiritual para alcanzar una perspectiva elevada que me permita comprender y actuar, consecuentemente, con la altura que fluye del alma cuando esta se eleva. Existe una promesa que ha sido fuente para mirar hacia la torre de mi alma: “dichoso quien medita en las enseñanzas de Dios…es como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto cuando corresponde…y prospera en lo que emprende”. Si quieres ver la promesa completa lee el Salmo 1, no tiene desperdicio. Poderosa promesa, de la cual se han apropiado muchas almas que han dejado un legado de altura espiritual. Enfrentaron momentos duros y rudos pero fueron capaces de elevar su visión de la vida, su mirada a las circunstancias; se atrevieron a soñar, vieron la torre de sus vidas y ascendieron para mirar las cosas desde “arriba”. ¿Sabes? Existe una altura que fue diseñada para ti, y solo tú puedes alcanzarla, pero necesitas levantar la mirada. Quien se atreve a aspirar a la altura y buscarla…la encontrará. Cuidado, altura no se trata de sentirse superior, sea por lo acumulado en bancos o el número de contactos en la red social. Altura es usar las cualidades que la vida nos ha dado para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos. En lo personal, considero a Jesús la más alta mejor versión del alma, y aprender suyo es elevar mi altura para esculpir una visión de la vida que me eleve. ¿Ya sabes dónde está la torre? ¿Tu torre? Levanta la mirada de la vida, busca las alturas del espíritu, anhela que tu mente sea alimentada de cosas espirituales. Tener una visión elevada de la vida traerá paz a tu mente y será guía para otros que buscan las alturas. Feliz día. 

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: Bajo lluvia

Bajo lluvia
Por José Gil
Venia del taller, luego de una breve espera para que repararan una falla en mi camioneta. Mientras conducía meditaba en la aparente rapidez con que pasan los días decembrinos. Pensaba en mis dos hijos, partiendo a diferentes latitudes, en búsqueda de oportunidades para alcanzar sus sueños personales y profesionales. Una mezcla de emociones fluía del alma, entre el quehacer cotidiano, el entusiasmo por la vida y, a la vez, nostalgia de mirar a los “muchachos” extendiendo sus alas. Comenzaba a llover y el candente sol marabino quedaba, momentáneamente, cubierto por densas nubes. Fue al girar a la izquierda para tomar la avenida universitaria cuando le vi. Allí estaba, con pantalones que llegaban hasta las rodillas, una franelita de cuyo color naranja apenas quedaban destellos; tez, cabello y estatura similar a la de mi nieto; solo que este niño no estaba jugando bajo la lluvia…trabajaba. Con ambas manos se esforzaba por levantar a la vista de los conductores un palo del que colgaban bolsas de limones. Con la velocidad que solo los pensamientos alcanzan, recordé a un muchacho caminando por calles polvorientas en Santa Bárbara del Zulia, viviendo rigores que, algunas veces, obligaban a buscar lombrices mientras los primos habilidosos con el anzuelo pescaban el pan de ese día. Recordé al adolescente vendiendo ropa a domicilio y juguetes en la esquina de 5 de julio con Santa Rita en Maracaibo; al joven despertando aquella madrugada cuando la lluvia derribó parte del techo de la vieja casa alquilada en que vivía, obligando una mudanza sin tiempo, ni dinero, para plazos de espera. Dando saltos en mis pensamientos vi, en aquel niño, a los muchos que había visto durante el tiempo vivido en el norte de África. Mis ojos se nublaron al recordar que nos ha sido dado un mundo maravilloso, pero la administración que hemos hecho ha castigado furiosamente a tantos, en especial a los niños. Sin embargo, también recordé risas y alegrías en aquellos tiempos de pesca, la bondad de quienes compartieron afecto y hasta algún almuerzo improvisado con el joven vendedor; los desconocidos que ofrecieron albergue al desposeído, llegando a ser su familia del camino. Esas almas sembraron esperanza en su corazón, permitiendo que, hoy, comparta agradecimiento por sus salvadores en aquellas horas menguadas. Fue escrito que “la luz en las tinieblas resplandece” y, ciertamente, aquellas almas fueron luz enviada del cielo para iluminar momentos de densa penumbra en un alma que, ahora, entiende que mientras existan quienes tiendan su mano a los que soportan tiempo bajo lluvia…el mundo tendrá luz. Tendemos a dejarnos obnubilar, distraer, desanimar, cuando las noticias o el entorno sugieren que nada se puede hacer. Kevin Carter recibió un reconocido premio en 1994, mismo año en que se suicidó, derribado y destruido porque sus vivencias como reportero gráfico secuestraron su esperanza. Un alma abatida puede llegar a pensar que se perdió la causa para vivir. Sin embargo, es justamente en momentos de penumbra cuando la luz debe mantenerse encendida, la luz del compartir por y con amor hacia otros, sin esperar nuestra foto en una revista o el aplauso de mercaderías que, calculadora en mano, promocionan la necesidad para hacer ganancia de quienes procuran ayudar. Mis pensamientos aún se pasean por hechos como que la camioneta sigue produciendo algunos ruidos raros (ya hubo necesidad de remolcarla hace días) y mis hijos partieron tras su legítimo derecho a seguir sus sueños. Pero ¿sabes? El hecho que a nuestro alrededor existen tantas almas que están, como aquel niño, bajo lluvia, intentando levantar lo que su circunstancia le ha puesto a mano, me permite entender que aspirar a la grandeza de nuestras almas implica esencialmente sentir, pensar y actuar a favor de los que están en la tormenta. Un alma triunfadora siente la fuerza de la vida, la poderosa mano de Dios tocando su hombro y abrazándole, aunque los tiempos sean duros, para animarle y para que sea fuente de vida para otros. Jesús dijo “correrán ríos de agua vida de quien crea en mi”, y eso no lo dijo a reporteros ni financistas enchufados de su tiempo. Lo dijo a quienes estuvieran sensibilizados a dar y compartir del amor que sabían haber recibido de Dios. ¿Has entendido que Dios te ama muchísimo? Si, aunque las noticias anuncian tiempos difíciles, tiempos de tormenta ¿Puedes sentir su amor hasta en las horas de penumbra? Quien llega a sentir la poderosa, santa y amorosa presencia en su ser vivirá inspirado e inspirará a otras almas. Quien armoniza con lo Divino y confía que su mirada le acompaña, puede llegar a ser cualquier cosa...menos un fracaso; aunque su circunstancia de vida le tenga bajo lluvia y solo posea limones para levantar. Estoy recordando a ese niño, y a todos quienes, como tú y yo, estuvimos -o estamos- bajo lluvia, con la convicción que, cuento haga por y con amor, por mi prójimo, tocará, de alguna forma, a todos. No puedo cambiar al mundo pero me han sido dadas las herramientas intelectuales y espirituales para cambiar yo, y cambiando yo…el mundo cambiará. Feliz día.