martes, 10 de abril de 2018

El precio del éxito

Existen tres elementos en torno a los cuales la sociedad suele medir el éxito: riqueza, poder, fama. Desde el entorno familiar, el trabajo, colegios y en nuestras tertulias con amigos, hacemos referencia halagadora a los “exitosos”, los que destacan socialmente en alguno de esos tres elementos o una combinación de ellos. ¿Has considerado el precio a pagar por buscar el éxito con esos medios?

Estar en un aeropuerto esperando por un vuelo retrasado que posiblemente ni salga, mientras en la desolada pista se observan avionetas privadas. Buscar una medicina que parece haberse esfumado de las farmacias mientras se nos dice que cierto “amigo” tiene los “contactos” para conseguirla. La fascinación social por afamados intérpretes de videos musicales cuya letra e imágenes degradan al género femenino. Son algunos ejemplos cotidianos que parecen susurrar (o gritar) al oído del alma “Si deseas el éxito invierte tu vida en acumular dinero, conéctate al poder, sigue a los famosos”.

Medir el éxito de esa manera demuestra que el GPS de nuestro sistema de valores y sentido de dicha requiere mantenimiento y calibración.

Riqueza: Cierta mercadotecnia de redes sociales y TV, en una sociedad con miopía espiritual; ha convencido a demasiadas personas de resolver sus problemas acumulando dinero. Entonces se embarcan en hacer dinero “como sea”, con lo cual terminan siendo un avaro comerciante, un especulador, un empleado corrupto, un sicario, contrabandista, o un amargado si fracasa en acumular riqueza. Viene de mi memoria una frase dicha por Jesús: “la vida del hombre no consiste de la abundancia de bienes que posee”. Acumular riqueza no es lo que nos define como persona, vivir para tener más me convierte en un prisionero, mientras percibir como riqueza mi esencia espiritual sí que me enriquece.

Poder: es otro espejismo para quien mal entiende el éxito. A diario somos informados sobre gobernantes involucrados en crímenes y violación de DDHH, ejecutados para mantener el poder. Es trágico que se alabe a tiranos cuyo único mérito es haber usado el poder para su beneficio personal, incluso sobre la sangre y sufrimiento de otros. ¿Qué decir de tanto criminal representado como “poderoso”? Se ha hecho común, sobre todo entre jóvenes, copiar el acento utilizado por algún narcotraficante cuya historia es presentada en TV como atractiva o placentera. La búsqueda del éxito por medio del poder suele terminar en la celda de dos carceleros del alma: el odio y el miedo. Sobre el poder meditemos lo dicho por Jesús “los que gobiernan naciones se enseñorean de ellas…pero quienes quieran ser realmente poderosos sirvan a sus semejantes”. ¿Así o más claro?

Fama: en un tiempo en el que la burla y el rechazo social han llevado a muchos al suicidio, la fama se ha convertido en otro poderoso y seductor espejismo. Quien busca la fama para resaltar sobre otros se convierte en una caricatura, un ser irreal, una parodia de alguien que no existe, negando su esencia. Los deportes, el cine, la moda, son solo algunos de los submundos en el que el éxito es precedido por la fama, y descarta a los “perdedores”. Pregunta ¿Recuerdas quién es considerado el hombre más rápido del mundo? Si, correcto, Usain Bolt, la centella jamaiquina que en 2008, 2012 y 2016 ganó en 100 metros planos, e impuso un registro mundial de 9.58 segundos. ¿Conoces el nombre del segundo lugar? Yo tuve que buscarlos. Uno de ellos fue Justin Gatlin, estadunidense, quien hizo 9.85 y Bolt 9.77 segundos. La diferencia fue de solamente 8 centésimas de segundo pero la fama…no recuerda a los segundos ¿verdad? Esa forma de mirar el éxito a través de la fama concibe almas frustradas, autoexcluidas de la dicha. Ni hablar de la moda, en la que las lágrimas y envidias son el día a día. Me gusta recordar lo dicho por Jesús a sus seguidores “ay de ustedes si en un sistema de valores pervertido hablan bien de ustedes”, con lo que ilumina a quienes puedan extraviarse buscando ser famosos sin meditar el sistema de valores espirituales de quienes le aplaudan.

Conclusión: vivir en armonía con Dios, con nosotros mismos, con la creación, permite que la vida atraiga hacia nosotros la medida que nos conviene de riqueza, poder y fama. Será el producto de lo que vamos esculpiendo de nuestra esencia de vida, pero no debemos permitir que esa trilogía se convierta en nuestra razón de ser. Somos afortunados cuando disfrutamos de lo que, en armonía espiritual, fluye hacia nosotros, sin que hayamos tenido que degradarnos ni comprometer nuestra esencia. La recibimos, la abrazamos, es regalo Divino. Busquemos el verdadero éxito, el que generamos en la realización de lo que el llamado espiritual nos hace…y las demás cosas nos serán añadidas.

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