jueves, 15 de mayo de 2014

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: UNA CAMINATA SOBRE NUBES

UNA CAMINATA SOBRE NUBES

Aquella tarde debía tomar, nuevamente, el vuelo desde Miami hasta Houston, volando sobre la zona Norte del Golfo de México.  Era temporada de huracanes, de modo que los vuelos salían en la medida que las condiciones climáticas lo permitían. Había realizado aquel vuelo tantas veces que ya era prácticamente una rutina, pero ese día me seria mostrada una importante e inusual lección de vida. Aun en tierra el piloto anunció que las condiciones en el destino final eran claras pero tendríamos algo de turbulencia en el camino. Así se inició un tranquilo vuelo, algunos pasajeros pusieron sus audífonos para su música o la TV, otros a dormir y yo a disfrutar mi lectura. Habría pasado cerca de una hora cuando el piloto, con voz calmada ratificó que nos acercábamos a “un poco de turbulencia”, indicando que todos tuviéramos cinturones de seguridad ajustados y la tripulación estuviese en sus asientos. Las nubes que, hasta hacia unos minutos lucían blancas sobre un fondo azul, se tornaron gris oscuro…el avión entraba en la tormenta. La TV seguía encendida y a mi alrededor parecía que los pasajeros seguíamos haciendo lo mismo, pero el silencio se hizo, por lo que las sacudidas del avión parecían sentirse más fuertes. ¿Crees que me asusté? No lo dudes. A cada sacudida tomaba el pasamano con fuerza y contraía mis músculos, como si eso fuera a aferrarme a lo poco valiente dentro de mí. Algunas expresiones de sorpresa -o susto- se dejaron escuchar, afortunadamente ninguna de histeria…creo que la mía fue silenciosa. Sin embargo, además de respirar hondo, hubo algo que me permitió mantener la compostura: el hecho de que ya el capitán había advertido que ese momento llegaría y que él también estaba en el avión. Con eso en mente, incluso durante los eternos minutos que duró la sacudida, logré hasta leer un poco, confesando que debí repetir algunas líneas pues la concentración me costaba más que lo usual. Minutos más tarde el avión parecía salir de su epilepsia y creo que hubieras podido grabar suspiros a coro entre los pasajeros. Una voz se dejaría escuchar, era la voz de la autoridad máxima del vuelo, el capitán, que anunciaba “damas y caballeros nos aproximamos al aeropuerto internacional George W. Bush en Houston, gracias por escogernos para volar y por acompañarme en esta caminata sobre las nubes”. ¿Cómo que una caminata? Debió decir una lavadora sobre las nubes…pero el alivio de haber superado la tormenta me hicieron reflexionar que, efectivamente, siempre estuvimos sobre las nubes, blancas o grises, pero eran nubes, y estábamos culminando la caminata. Menos de una hora más tarde ya yo estaba en mi destino final, equipaje en mano. He estado pensando en esa vivencia de miedo momentáneo, comparándolo a cuando Jesús caminaba sobre aguas tormentosas hacia la barca donde estaban sus amigos y ellos estaban tan asustados por la tormenta que creyeron era un fantasma. En lugar de ver a quien venía a ayudarles pensaron algo como “bueno, lo que nos faltaba, un fantasma, estamos fritos”. ¿Sabes lo que Jesús les dijo? “No teman, soy yo”. Las tormentas en la vida son inevitables y, suele ocurrir, que algunas cobran vidas, pero nuestro valor al momento de enfrentarla, y cruzarla, depende de la confianza que tengamos en las manos de quien hayamos puesto nuestra alma. En este vuelo que llamamos vida nos ha sido anunciado, previamente, que se cruzarán tormentas, pero el capitán de la nave promete que llegaremos a puerto seguro. Nuestras emociones y convicciones serán puestas a prueba en más de una oportunidad, y en ese momento se sabrá de que está hecha nuestra fe, mantén el valor, mantén la confianza en quien prometió estar contigo hasta el final. Si pretendes llevar una vida sin sacudidas emocionales o espirituales…no vueles, quédate en tierra. Cuando comenzaba a escribir estas líneas están informando sobre un joven de 19 años, Stephen Sutton, cuyo vuelo personal está siendo sacudido por la tormenta de un cáncer terminal. En su tormenta ha estado concentrado no en quejas ni amargura, sino en recoger fondos y compartir su experiencia para motivar a otras personas con cáncer. Leyendo lo que este pasajero de la vida está haciendo, en el umbral de aterrizar en su destino final, y una sensación de admiración y respeto inunda mi ser. Valor en la tormenta como quien entiende que la vida es una caminata sobre nubes…aunque algunas sean grises y la vida se sacude fuerte. Puede que tu vuelo apenas esté comenzando…pon atención a la voz del capitán. Puede que estés entrando en la zona de turbulencia…recuerda que ya sabias que ese momento llegaría…no tengas miedo. Puede que tu llegada a puerto final se acerque…pronto estarás en casa…confía en quien te acompaña y guía. Es mi deseo y oración que, a su tiempo, culminemos con entusiasmo esta caminata sobre nubes que llamamos vida, habiendo dejado testimonio que anime a otros a levantar vuelo. Feliz día.

TU REFRIGERIO ESPIRITUAL DE HOY: UNA HIGUERA FRUCTIFERA

Una higuera fructífera

El verano se había extendido durante meses, sembradores y ganaderos de aquella usualmente verde región, entre montañas, vieron reducidas sus cosechas y dependieron -como pocas veces- de sus sistemas de riego para que la mesa en sus casas, y muchas otras incluso lejanas, pudieran recibir el fruto de la tierra. También quienes cultivan sus plantas en casa sentían el rigor del clima que, carente del agua de lluvia, tostaba y malograba preciadas flores y hortalizas caseras. Recuerdo una tarde en especial, cuando conversaba con mi madre sobre la higuera que está en el patio de la casa, sembrada hace más de 50 años por abuela, cultivada en la humildad y esmero del campesino andino merideño, cuya provisión depende, en buena parte, de su esfuerzo día a día. Aquella higuera ha sido testigo mudo de afectos y personas que, en el paso del tiempo, han dado su propia cosecha: mis primeros pasos, las pláticas con mi abuelo y su inseparable “compadre”, el tío Rafael, con quien parecía solo discutir y discutir pero de algún modo siempre terminaban riendo de sus vivencias mozas. Estoica, verde, esa apreciada higuera, ahora cuidada por mi madre, continúa dando fruto. Sin embargo, aquel verano había sido rudo, y entre lo longevo del árbol y la falta de lluvia, su regalo, deliciosos higos, el regalo milagroso de una tierra humedecida solo con agua almacenada, parecían haber mermado. Esa tarde, de pie ante la higuera, le pregunte a mamá si arrancaba los que ya maduraban, parte de los cuales usaba para preparar dulce en casa, otra la vendía o compartía…“no hijo, aun no, falta por madurar y debes darle su tiempo”, entonces me dijo esa frase que siempre recordare, “además, se quedarían sin fruta los pajaritos que vienen a comer”. El verano podía haber reducido cosechas y el fruto de la higuera, pero en su mente quedaba espacio para recordar alimentar las aves del campo. Los higos que esas hermosas aves comían, algunas de las cuales picoteaban hasta la última semilla, no eran vistos como pérdida para ella. He venido pensando que justo esos higos hacen que en el patio de la casa se escuchen cantos de diferentes aves a toda hora del día…una melodía incomparable que he disfrutado tantas veces, con una capacidad asombrosa de calma y alegría a la vez. Una sensación de abundancia me inunda al recordar esa tarde, especialmente como, cuando hoy, llueve y sé que los campos, aunque mermados, volverán a mostrar un verdor de montaña que hace volar al alma en esperanza hacia la tranquilidad. Generosidad incluso cuando hay escases, me hace pensar en palabras de Jesús al decir a sus amigos “lo que recibieron gratuitamente, compártanlo gratuitamente” y aquellas otras “vuestro Padre alimenta a las aves, que no trabajan”. Ambas frases hacen referencia a la generosidad, no al sentido de dar para recibir o dar lo que sobra, sino compartir incluso cuando implica reducir la porción que se considera propia. ¿Sabes? La belleza de aquellos parajes desaparecería sin las aves, sin los árboles y, especialmente, sin la generosidad. Del mismo modo, la belleza del Munro desaparecería si dejan de florecen las almas de los que dan sin esperar mayor recompensa que el saber que imitan el carácter generoso de Dios que “hace salir el sol sobre justos y pecadores”. Momentos en los que, volviendo a un estilo sencillo de vida respiramos profundo y hasta podemos susurrar “Guaohabía olvidado esta sensación de paz”. En esta hora, te animo a pensar, si nuestra vida es como una higuera, ¿estamos siendo fructíferos? Cierto, los tiempos son más duros que algunos del pasado, pero… ¿Te queda ánimo para compartir un higo más? Si lo estás haciendo eres una bendición, no lo dudes, un gesto, una entrega desinteresada, puede ser lo que se necesita para volver a escuchar el canto sonoro de almas que agradecen a Dios por lo recibido a través de ti. ¿Te imaginas? En lugar de la maledicencia y ruido de enojos que parecen haber minado las grandes ciudades, puede ser, uno de estos días lluvias de generosidad rieguen campos de almas…y la vida resurja. Es mi deseo que la higuera de tu alma sea fructífera, y que ese fruto abone tu propia vida y la de otros. Permite que la forma de dar de Dios moldee la tuya. Feliz día.
José Gil