Kifah: Pan y jugar
-¿Dime que ocurre?
-La gente está enojada.
-¿Por qué? Fue la pregunta de la corresponsal de guerra a Kifah, un niño en las calles de la ciudad capital más antigua que permanece en pie en el planeta: Damasco. El rostro de Kifah cambió de serena a una mueca de dolor, clavando una daga de tristeza, posiblemente como la de esa ciudad, en mi alma.
-No hay pan. Respuesta con lágrimas pero sin mostrar desespero.
En el fondo se escuchan explosiones. La última pregunta de la corresponsal. ¿Qué te gustaría hacer?
-Comer y poder jugar con mis amigos en la calle. Una ciudad bajo bombardeos entre dos bandos de “adultos”, quienes dicen desear liberarla y los que dicen defenderla de invasores. Poco o nada conozco de los intereses tras esas absurdas matanzas, pero las palabras de aquel niño se hicieron sello en mi mente...una voz quebrada que desea “pan y jugar”. Me hizo pensar en las cosas que suelen quitarme el sueño o irritarme, y sobre todo lo que me produce satisfacción. Invierto tanto tiempo pensando en cosas que, ante asuntos realmente importantes en la vida, son vanidad. Muchas cosas en una siempre empacada maleta, tantas cosas que ya no uso pero si son tocadas o perdidas me inquieto, un teléfono inteligente (el tercero, pues me han robado dos), libros, ropa y paro de contar. No me entiendas mal, estoy agradecido por poder disfrutar todo eso, pero me pregunto si en mi afán de vida haya yo descuidado lo sencillo, lo natural, que resulta ser lo esencial. Me gusta lo que escribiera T.S. Eliot, al referirse a nuestra búsqueda de sentido de la vida: “…el final de toda nuestra exploración termina en el sitio donde comenzamos”. No sé qué pueda hacer yo por Kifah, pero una voz en mi ser me dijo “escribe José. Escribe y derrama tu alma, deja de llorar por momentos y cosas vanas perdidas, mira lo que está pasando a tus semejantes, eres un ser privilegiado porque puedes sentir y saber, porque puedes reír y llorar, asciende en la manera de dar prioridad a las cosas en la vida”. Palabras de Jesús han venido a mi mente “dichosos los que hoy lloran, pues ellos serán consolados”. No se refiere a llorones por una rabieta caprichosa o haber perdido un partido de futbol, se refiere al llanto de un alma que expresa una sed puesta allí en forma natural por lo Divino para que sepamos distinguir entre lo pasajero y lo duradero. He llorado por tantas cosas y circunstancias en la vida, la mayoría más por inmadurez mía que por la dureza del momento, pero puedo decir que incluso de las más triviales he recibido consuelo que ahora entiendo claramente ha sido enviado por lo Divino. Hoy estoy dando gracias a Dios porque un niño rodeado de muerte y destrucción, me ha dado una lección para recordar lo que me hace realmente humano: solidaridad, llorar -aunque desde la distancia- con quien llora, un niño que desea comer y jugar para que su vida tenga sentido y florezca. Sin embargo, puede que la mayor lección para mí en este precioso día es meditar si lo que realmente estoy considerando esencial para mi alma es vano o es lo genuino. Estoy orando por Kifah el niño de Damasco, y por todos los que, como el, no procuran lo superficial sino que anhelan cosas sencillas de la vida para disfrutarla a profundidad. Feliz día.
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