Equipaje liviano
El operador ya había entrado y salido un par de veces del recinto en cuya puerta se leía “solo personal autorizado”. En aquella espera, rodeado de la aridez de ese remoto lugar; recuerdos de risas y abrazos compartidos abrumaron los ojos del alma. Esperaba una caja cuyo contenido tiene alto valor sentimental y cuyo peso, a decir de los expertos en ese tipo de entregas, era de unos 2 kilos aproximadamente. El gusto por la comodidad y haber transitado uno que otro aeropuerto y varias aerolíneas, han afianzado mi preferencia por viajar con equipaje liviano. Cruzar el océano con solo 1 maleta de carga por pasajero luce algo mezquino, pero el caminante de cielos y nubes, lo mismo que de la vida misma, va aprendiendo a cargar lo esencial. Ya era mediodía, mis ojos seguían expectantes de la salida de aquel operador con acceso al lugar restringido. Luego de dos horas y algunos minutos se abrió la puerta y, esta vez, traía consigo la caja. Sin mayores explicaciones la puso en mis manos y, efectivamente, era liviana…las cenizas de lo que hasta hacía solo unas horas era un cuerpo de 26 años, envoltorio de aquella amada alma. La joven y atlética figura se redujo a un equipaje liviano. Toqué el incinerario, imaginando un contacto cercano de despedida con mi sobrino, y cuidadosamente lo coloqué en manos de su hermana. Pensamientos y emociones encontradas pasaron por mis ojos, instantes en los que el infinito recuerda nuestra finitud sobre esta tierra que nos fuera encomendada para administrar. Me motiva a escribirte hoy compartir que la vida nos muestra, en diversas formas y maneras, que nuestro equipaje para la vida sea tan liviano como nuestro apego a cosas materiales. En los eventos que miro por las noticias, en la crisis de valores a escala global, en la ola de literatura que sobre emociones y conducta ha proliferado; veo que el despertador de la vida suena para sacarnos del letargo con el que hemos convertido a nuestras almas en algo similar a nuestras casas: un montón de cosas acumuladas, buena parte de las cuales ocupan espacio sin tener uso o importancia. Aquel cofrecito incinerario me recordó que hasta la esencia final de nuestro cuerpo se reduce a polvo, lo que en lugar de ser visto como tragicomedia invita a llevar vidas livianas durante este recorrido que llamamos vida. Si alguien me dijera que las arenas en el reloj de mi vida solo cuentan granos para 1 semana ¿Qué haría? ¿Asistir a esa importante reunión agendada? ¿Pasar los días quejándome? ¿Echarme en la cama? En un video titulado “El cambio” Wayne Dyer dijo algo que atesoro: “la vida se trata de no estar en un sitio deseando estar en otro”. La armonía del alma implica estar en el sitio en el que nuestra existencia descubre su propósito, y cuando el alma vive en esa dimensión, en ese nivel, entiende que el equipaje requerido para su recorrido es mucho más liviano que antes. Refiriéndose a las cosas materiales alguien escribió “nada trajimos a este mundo, y nada nos llevaremos de él”. Una reflexión para nuestro tiempo es la de contar las horas de desvelo que nos aquejan y evaluar si la causa de los mismos tiene su origen en el apego por cosas materiales o al estado de conciencia espiritual que procura quitarse las muchas cargas que le hemos puesto encima. Los dos kilos de aquel cofrecito son despertador para mí y recuerdan lo que fue escrito “…del polvo fuiste tomado, y al polvo volverás”. Quiero terminar estas sentidas líneas compartiéndote algo dicho por Jesús al referirse a la forma en que veía su apego a las posesiones materiales o su actitud ante las circunstancias que enfrentó: “Mi yugo es fácil y ligera mi carga”. ¿Sabes? Uno de estos días nuestros cuerpos serán, de una forma u otra, un par de kilos de polvo; lo que en lugar de causarnos pesar nos anima a quitar peso al alma. En la medida que vayamos aprendiendo a caminar, cuidando este maravilloso envoltorio que nos ha sido dado, pero manteniendo la mirada puesta en nuestro valor espiritual (nada tiene que ver con lo religioso) iremos disfrutando lo liviano de nuestro equipaje, nuestro morral o “mochila para el universo” como la llama Elsa Punset; y liberaremos nuestros hombros intelecto-espirituales de la “carga” como la llamara John Bunyan en su “progreso del peregrino”. Es mi oración que, para cuando llegue el momento en que manos amigas reciban lo que pueda quedar de este envoltorio, haya dejado en modo algún motivo para que otros sean invitados a disfrutar la vida nutriendo el ser interior con lo Divino y aprendiendo a llevar un equipaje liviano durante su propio recorrido y hasta su viaje a casa. Feliz día.
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